Es un mito guajiro que aportó al Folklore literario
Jusayú (1975), el cual relata lo siguiente: En un principio los hombres no conocían el Fuego, eran seres
imperfectos que comían la carne cruda, de igual manera los tubérculos, las
raíces y los frutos silvestres, asimismo,
carecían de Fuego para calentarse y de lumbre para ahuyentar el miedo de
las misteriosas noches; solo Maleiwa
poseía el fuego en forma de piedra encendidas que guardaba con mucho celo
en una gruta alejada de los hombres podrían emplear el fuego para quemar los
ranchos y los montes… Pero sucedió que una vez Maleiwa estaba sentado junto al fuego (Otorojoschi),
calentando su cuerpo, se le acercó un joven de nombre Junuunay, Maleiwa
sorprendido e indignado le preguntó; ¿Qué haces aquí intruso?... ¿No sabes que
este sitio es prohibido?...entonces Junuunay respondió de manera suplicante: venerable abuelo, solo quiero calentar mi
cuerpo junto a usted, por favor tenga clemencia, el frío me hiela y me
llegan hasta los huesos, después de tomar un poco de calor me iré, Junuunay muy audaz hizo crujir sus dientes,
erizó los poros de su cuerpo como piel de gallina, tembló como un cachorro
y de esa manera convenció a Maleiwa y juntos comenzaron a frotarse las manos para lograr el calor las llamas de aquel fuego
eran muy bellas, resplandecían como las estrellas, como el Shemeche Aitu´u. Mientras
tomaban el calor del fuego, el joven quería distraer al viejo Maleiwa, pero fue
imposible, porque se mantenía muy atento, sin embargo el rumor del viento hizo
que Maleiwa voltease la cara para ver la procedencia de aquel ruido que
semejaba unos pasos muy cautelosos.
La ocasión se tornó propicia y Junuunay aprovechó el descuido del hombre, tomó dos brasas encendidas
de la fogata, las metió en un morral que
tenía escondido bajo el brazo y se dio a la fuga; una vez consumado el robo,
Maleiwa se percató y decidió perseguir al ladrón para castigarlo, el joven
desesperado y como veía que sus pasos eran muy cortos pidió auxilio a un
cazador llamado Kanáa, se escondió de
Maleiwa pero fue inútil porque al ocultarse el sol fue encontrado y Maleiwa lo
convirtió en cocuyo, que emite su luz intermitente en las oscuras noches de
invierno. Januunay que seguí huyendo
se encontró con jimut el cigarrón, y le dio la brasa que le quedaba. Jimut
agarró la brasa y la metió en un palo de
caujaro, luego la paso a un Olivo, después a otro palo y así sucesivamente,
hasta que se multiplicó por todas partes, que un día los hombres la encontraron, porque vieron a al niño
Serumáa que jugaba y saltaba por el monte señalando a los hombres los palos
donde Jimut había colocado el fuego, como
el niño no sabía hablar, solamente decía: Skii… Skii… Skii… fuego… fuego… Los
hombres registraron todos los árboles y no consiguieron nada, pero llegó Jimut
y empezó a perforar los palos, ellos siguieron el ejemplo del cigarrón entonces taladraron y frotaron con sus manos la
varitas de caujaro, y al instante surgió el fuego que iluminó el corazón de
los montes y encendió de alegría, el espíritu de aquellos hombres.
Desde ese día utilizaron el fuego, no sintieron más
temor ni volvieron a sufrir los rigores del frío. Todo no quedó allí Maleiwa convirtió al niño Sarumáa en un
pajarito que salta de rama en rama y va diciendo en un trino: Skii… Skii… y
al audaz Januunay lo convirtió en un
escarabajo y lo convirtió a vivir en la inmundicias por haber robado el fuego y
como castigo quedo impreso en su cuerpo la mancha del delito, es decir las
manchas brillantes que llevan sus patas los escarabajos.
Fuente: Columna Horizonte Cultural, Semanario NOTILLANOS- San Fernando estado Apure del 10 al 16 de Febrero de 2006.
Twitter: @mariaauxig